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THOMAS DE QUINCEY

Escritor y traductor, crítico y analista económico, Thomas de Quincey (1785–1859) fue también opiómano y vagabundo, aficiones que, en el espíritu del Romanticismo, supo convertir en vías para la ampliación de la conciencia y de las posibilidades imaginativas de la normalidad. Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827), una provocación swifteana de alcances insospechados, y El coche correo inglés (1849), un ensayo trepidante sobre la velocidad, bastarían para situarlo como uno de los grandes ensayistas de la literatura, pero quizá su mejor obra sea las Confesiones de un inglés comedor de opio (1821), en la que no sólo inaugura la tradición ahora copiosa del “texto drogado”, sino que sienta las bases de la caminata intoxicada como una forma de desorientación voluntaria y de callejeo sin propósito. Los surrealistas, los miembros errantes de la Internacional Situacionista y desde luego Charles Baudelaire y Walter Benjamin, volvían una y otra vez a sus páginas como si se tratara de la estrella polar en sus investigaciones sobre el flâneur, la deriva y la psicogeografía. 

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